582 Crisis de 1909 y 1917

La crisis de 1909 y 1917

La Semana Trágica de Barcelona (1909)

El año 1909 es crucial en la historia de España, y es sus meses de verano se concentraron la mayoría de sus acontecimientos. Tal fue la tensión acumulada durante la primavera con los más arriscados ataques contra el Gobierno de Maura, por un lado, y una efervescente agitación social por parte de los anarquistas de Barcelona, por otro, que la muerte del gran pianista Isaac Albéniz el 18 de mayo tuvo la repercusión que merecía.

Barcelona, corazón en aquella época de la industrialización española, había vivido desde principios de siglo un gran auge de las movilizaciones obreras que había culminado en 1907 con la creación de Solidaridad Obrera, organización anarquista que nació como respuesta a la burguesa y nacionalista Solidaritat Catalana.
Alejandro Lerroux y su Partido Republicano Radical también se desarrollaron en la Ciudad Condal con un programa demagógico y anticlerical.
La Ley de Jurisdicciones de 1906 trajo un reforzamiento del anticlericalismo y antimilitarismo  en la ciudad. La política autoritaria del gobierno de Maura no ayudó a calmar los ánimos.
Sin embargo, fue la guerra de Marruecos, la que determinó el estallido de la Semana Trágica:
Los ataques de los habitantes del Rif contra los trabajadores españoles de una compañía minera llevó a la movilización de reservistas. Las protestas obreras pronto aparecieron en Barcelona y Madrid.

¿Qué ocurrió en Cataluña del 26 de julio al 2 de agosto de 1909? 
La mecha se encendió cuando el Gobierno español de Antonio Maura ordenó el reclutamiento de una unidad de reservistas catalanes para sofocar un incidente en Marruecos. 
En el embarque de éstos hacia Melilla, en el puerto de Barcelona, comenzó un estallido popular que, tras una huelga convocada por sorpresa y las noticias del fallecimiento de numerosos reservistas en Marruecos, desembocó en revueltas callejeras y quema de iglesias, conventos, colegios y otras obras asistenciales de la Iglesia.
Entre los templos que fueron destruidos en la ciudad de Barcelona se encuentran el monasterio de Valldoncella, la antigua iglesia de la Ayuda y las parroquias de Sant Cugat, Santa Madrona y San Andrés, según publicaciones de la época recogidas por el archivero de los capuchinos de Cataluña, fray Valentí Serra de Manresa.

Como el testimonio de una monja francesa del Convento de la Asunción de Barcelona que, tras escuchar tres fuertes golpes en la puerta, preguntó: "¿Quién hay?", a lo que una voz respondió: "Queremos saquear el convento". 
Entre el 26 de julio y el 1 de agosto del año 1909, ardieron 80 iglesias de Barcelona y la violencia provocó la muerte de dos sacerdotes y un religioso marista. El ejército reprimió duramente el estallido popular, que se saldó con cerca de un centenar de personas fallecidas.

La Semana Trágica de Barcelona 


Barcelona, el 27 de agosto de 1909. Comienzan las revueltas, ABC.ES

La movilización contra la guerra se inició en el puerto de Barcelona el día 18 de julio, mientras se realizaba el embarque de tropas hacía Marruecos. La revuelta se prolongó  durante una semana, dando lugar a un movimiento que adquirió un fuerte componente antimilitarista y de rechazo a la hegemonía social y cultural de la Iglesia.
El día 24 se constituyó un comité de huelga, con la participación de republicanos, socialistas y anarquistas, que hizo un llamamiento a la huelga general para el día 26.
Pero la iniciativa popular desbordó a los propios convocantes y ésta acabó siendo un estallido espontáneo de todas las tensiones sociales acumuladas a lo largo de décadas.



“Las hostilidades importantes habían comenzado en Marruecos durante el mes de febrero de 1909. Maura había obtenido del Parlamento un crédito extraordinario y el 10 de julio fueron llamados a filas los reservistas […]. Comenzaron los embarques de tropas en Barcelona, prosiguiendo toda la semana. El domingo 18 las despedidas en el puerto se transformaron ya en manifestación antibélica. […] El día 19 las manifestaciones contra la guerra recorren las Ramblas; las fuerzas de vigilancia patrullan por las calles. El día 22 las Juventudes Socialistas convocan en Madrid una manifestación en la que participan miles de jóvenes y de mujeres (ya se habían producido actos de insubordinación al salir de Madrid el regimiento de Arapiles) […]. Los acontecimientos se precipitan y el día 24 se forma un comité de huelga con representantes de los diversos sectores de Solidaridad Obrera. […] El Comité de huelga, formado al fin por representantes de los grupos anarquistas, de la Federación socialista y de las sociedades obreras, tomó sus últimas disposiciones en la madrugada del 26 de julio. La huelga fue total; los tranvías, guiados por los “murcianos” traídos por Foronda, circularon hasta las nueve de la mañana, pero tras numerosos apedreamientos y algún que otro incendio cesaron de circular. A causa de los tranvías se produjeron los primeros choques entre huelguistas y fuerza pública. Por la tarde se declaró el estado de guerra (contra el criterio de Ossorio y Gallardo, gobernador civil). La huelga era hasta entonces relativamente pacífica en Barcelona, pero ¿qué pasaba en el resto de Cataluña? El paro era total en Sabadell, Mataró, Tarrasa, Manresa, San Feliú de Llobregat, Granollers, etc. [...] en la mayoría de las localidades citadas la huelga había tomado un carácter insurreccional y que los obreros eran dueños de la situación.

El martes 27 la violencia subirá de punto en una Barcelona aislada del resto del mundo, con fuerzas del ejército mandadas por el general Santiago, que, en realidad, no bastaban para salvar la situación […] en Barcelona se alzaban barricadas por doquier y había muertos y heridos en los choques con el ejército y fuerzas de seguridad. […] En medio de esta situación empezó la quema de conventos, siendo el primero en el caso de la ciudad, el de las Adoratrices […]. No se produjeron ataques contra las personas de sacerdotes y religiosos, pero sí macabros desenterramientos en conventos, etc. […] El miércoles 28 los combates fueron todavía más intensos, pero la huelga, perdido su objetivo inicial y sin encontrar otro, desbordada por la provocación anticlerical y separada del resto del país, tenía que ir forzosamente a la deriva […]. El movimiento, carente de dirección, se agotaba; el viernes 30 por la tarde aflojaron los combates; el sábado 31 todo había prácticamente terminado y el lunes 2 de agosto se reanudó el trabajo a ritmo normal. Empezaron los encarcelamientos, los registros y los procesos. El mismo día 2 actuó el primer consejo de guerra sumarísimo. El saldo trágico de aquellos días era: tres muertes y 27 heridos por parte del ejercito de seguridad; una muerte y 46 heridos de la Guardia Civil; 82 muertos y 126 heridos de la población civil (102 muertos según fuentes no oficiales); cuatro muertos y 18 heridos de la Cruz Roja. Los detenidos eran casi un millar.”
Manuel Tuñón de Lara: El movimiento obrero en la Historia de España. Madrid, Taurus, 1972 

Las autoridades respondieron declarando el estado de guerra y enviando refuerzos para reprimir las manifestaciones. Hubo heridos y muertos, con lo que el movimiento  insurreccional se radicalizó y derivó hacia la actuación incontrolada de grupos que actuaban sin dirección ni coordinación. A mediados de semana, el ejército puso fin  a la revuelta, y el 2 de agosto la ciudad retornó a la normalidad. 

La represión posterior resultó muy dura y numerosos anarquistas y radicales fueron responsabilizados de los hechos, sin demasiada razón. Centenares de personas fueron
detenidas, se celebraron 216 consejos de guerra que afectaron a más de 1.700 personas y se dictaron 17 condenas a muerte, de las cuales sólo se ejecutaron cinco. 
Entre ellas, la  de Francisco Ferrer y Guardia, pedagogo librepensador e impulsor de la Escuela Moderna, que, sin haber participado directamente en los hechos, fue acusado de ser su inspirador ideológico. 

La Semana Trágica se llevó por delante el programa reformista de Maura. 
 Mientras el PSOE conseguía que Pablo Iglesias fuera elegido diputado en 1910, el liberal  José Canalejas llevó a cabo el último intento regeneracionista dentro del sistema de la Restauración. Sus acción reformista (servicio militar obligatorio en tiempos de guerra, ley del "candado", Ley de Mancomunidades que se vio finalmente frustrada en el Senado) acabó brutalmente con su asesinato por un anarquista en 1912. En adelante, podemos hablar de una crisis permanente de los partidos del turno.
 El gobierno conservador de Maura hubo de enfrentarse a duras críticas y los liberales y republicanos se unieron para exigir su dimisión. La oposición a Maura constituyó un bloque de izquierdas que, apoyado por las campañas internacionales de denuncia de la represión y bajo la formula común ?Maura no!?, consiguió de Alfonso XIII la disolución de las Cortes y el traspaso del gobierno a los liberales.
La Semana Trágica tuvo también sus repercusiones sobre las fuerzas de oposición. En Cataluña, las fuerzas de izquierda acusaron a la burguesía y al partido hegemónico
del catalanismo (Lliga Regionalista) de haber apoyado la represión gubernamental de los sectores republicanos y obreristas. De esta confrontación, empezó a tomar cuerpo un
nacionalismo republicano y de izquierdas que se concretó en la fundación de la Unión Federal Nacionalista Republicana (1910).
El impacto de la Semana Trágica también contribuyó al acercamiento de las fuerzas de izquierdas y en concreto a la creación de la Conjunción Republicano-Socialista, así como al nacimiento del Partido Reformista de Melquíades Álvarez (1912). Finalmente, el ambiguo papel desempeñado por los republicanos lerrouxistas acentuó el desencanto
obrero respecto del republicanismo, y muchos de ellos pasaron a engrosar las filas del anarcosindicalismo.



Semana Trágica de Barcelona, cien años de una rebelión a sangre y fuego.
  FUENTE: ELMUNDO.ES.,Pilar Ortega Bargueño |27/07/2009

Barcelona en llamas, durante la Semana Trágica de julio de 1909. | Á. Vivas
Barcelona en llamas, durante la Semana Trágica de julio de 1909. |


 PARA SABER MÁS:


Ricos frente a pobres

Dolors Marín, doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, trata de entender el porqué de aquellos sucesos: "En las calles se enfrentaron dos formas diferentes de entender la vida, la sociedad, el trabajo y hasta la guerra. De una parte, la burguesía, respaldada por la Iglesia católica y la monarquía borbónica, que apostaban por la industrialización; y de otra, las clases medias y los sectores más populares, organizados a partir de los pasos de la Internacional y de las asociaciones obreras, que buscan el camino del conocimiento".
La revuelta obrera de 1909, puntualiza Dolors Marín, no se centró únicamente en Barcelona, sino que en varias poblaciones cercanas se cortaron las vías férreas para impedir el paso de refuerzos policiales. ¿Por qué aquellos sucesos tuvieron tan escasa repercusión en el resto de España?, se pregunta. La respuesta está, a su juicio, en la desinformación, que "hizo creer que en Cataluña se había declarado una revuelta separatista, lo que evitó movimientos solidarios".
Dolors Marín, que dedica su libro a "los últimos maestros que en 1939 marcharon al exilio, se ocultaron o terminaron siendo fusilados", reserva una buena parte de su estudio a los hombres y mujeres que a principios de siglo, y desde las escuelas, contribuyeron a sacar a generaciones de españoles de la ignorancia, "la peor de las pobrezas". Y lo hace, no sólo para rescatar la innovadora labor de la Escuela Moderna, a cuyo frente estaba Ferrer i Guardia, sino porque considera que, para entender los hechos, hay que ahondar en la compleja historia social de Cataluña.
Desde luego, el caldo de cultivo de una Barcelona rica frente a una Barcelona pobre estaba servido: las jornadas de trabajo superaban las 12 ó 13 horas, no existía el descanso dominical, no había cobertura sanitaria... La Barcelona rica era la propietaria de las fábricas textiles y metalúrgicas, la que tiene todos los privilegios, la que controla la cultura y la enseñanza. La Barcelona pobre es la que trabaja y la que tiene que nutrir las fuerzas expedicionarias españolas con destino a la guerra del Rif, porque sólo se libraban los que podían pagar un canon de 6.000 reales (unos 1.500 euros de la época).

'Siete días de furia'

El escritor y profesor Antoni Dalmau, en su libro 'Siete días de furia', sitúa también el origen de la Semana Trágica en el impopular envío de tropas al conflicto bélico que explotó en Marruecos, dentro del entonces Protectorado español. 'Todo empieza con una revuelta popular espontánea. Las denominadas damas blancas, cuyos hijos no iban a la guerra, acuden a la despedida de los primeros reservistas catalanes, el 18 de julio de 1909, para animarles y hacerles entrega de escapularios, lo cual provoca la indignación de la población", afirma.
El sindicato Solidaritat Obrera organiza una huelga general para el lunes 26 de julio y, aunque ese día las manifestaciones fueron más o menos pacíficas, al día siguiente se tuvo noticia de la emboscada del Barranco del Lobo. Los reservistas que habían salido ocho días antes de Barcelona habían sufrido una matanza considerable junto al famoso monte Gurugú. Así que la movilización obrera se radicalizó y las calles del centro de Barcelona se convirtieron en un verdadero campo de batalla. Se queman los edificios religiosos, se profanan las tumbas de los conventos y las manifestaciones anticlericales se multiplican, si bien la revuelta carecía de líderes ni objetivos.
La represión fue implacable. A los miles de detenidos, centenares de procesados y cinco ajusticiados, se sumó la clausura fulminante de partidos, sindicatos y escuelas laicas. Pero la ejecución de Ferrer i Guardia fue un error no sólo jurídico sino político que el Gobierno Maura pagó caro. Lo convirtió en el último mártir de la Historia y los ecos de repulsa por su ejecución resonaron en medio mundo.


La Semana Trágica de Barcelona (Documentos RNE) - RTVE.es

El programa 'Documentos RNE' dedica esta edición a la Semana Trágica de Barcelona, de la que se cumplen cien años el 26 de julio. El documental 'Arde Barcelona: La Semana Trágica, ensayo de una revolución', elaborado por José Manuel Delgado, recorre cronológicamente los hechos y analiza el alcance que tuvieron en acontecimientos políticos. 25-07-2009

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 Crisis de 1917

La lucha social de clases se había convertido en el gran problema del país. 

El mal reparto social de los beneficios del boom económico y la creciente inflación llevaron al estallido social y una profunda y compleja crisis en 1917.
La huelga general, sin embargo, trajo inmediatas consecuencias. Ante la amenaza de revolución obrera, las Juntas de Defensa abandonaron sus peticiones y apoyaron la represión contra los huelguistas. Por otro lado, la dimisión de Eduardo Dato y la formación de un gobierno de coalición con la participación de la Lliga Regionalista trajo la inmediata desactivación de la Asamblea de Parlamentarios. 
La Crisis de 1917 es el nombre que se da por la historiografía española al conjunto de sucesos que tuvieron lugar en el verano de 1917 en España, destacadamente tres desafíos simultáneos que hicieron peligrar al gobierno e incluso al mismo sistema de la Restauración: un movimiento militar (las Juntas de Defensa), un movimiento político (la Asamblea de Parlamentarios de orientación catalanista que tuvo lugar en Barcelona), y un movimiento social (la huelga general revolucionaria).

En 1917 la crisis se agravó. Desde tres años antes la Primera Guerra Mundial asolaba Europa, mientras que España gozaba de una privilegiada neutralidad que permitió un importante repunte de su economía, si bien las clases bajas se vieron perjudicadas por el incremento de los precios, sobre todo a partir de 1916, cuando disminuyó el poder adquisitivo y se planteo una gravísima crisis de subsistencias. Las fuerzas sindicales, cada vez mejor organizadas y más numerosas, se encargaron de activar el descontento y ya a finales de dicho año se llevo a cabo un ensayo de huelga general propiciado por la U.G.T. y la C.N.T.
A la inquietud social se va a unir el descontento político contra el gobierno presidido por el conservador Eduardo Dato. En julio de 1917, y como protesta a la suspensión de las Cortes se reunió en Barcelona una Asamblea de Parlamentarios, a instancias del regionalista Cambó y con presencia liberal, republicana y socialista. Dicha Asamblea propuso acabar con la ficción política existente, el poder de la oligarquía y el caciquismo, y convocar unas elecciones a Cortes Constituyentes. Aunque los participantes en la reunión (unos 70 diputados) fueron arrestados, el Gobierno, temeroso, los puso rápidamente en libertad.
Paralelamente, un buen sector de las Fuerzas Armadas manifestó su descontento por la división que estaba surgiendo en su seno entre los llamados militares africanistas, merecedores de toda clase de favoritismos, y los destinados en la Península, con bajos sueldos y escasa consideración de sus mandos. Así fue como surgieron las Juntas de Defensa que abanderaron un programa reformista y se solidarizaron con el proyecto renovador de la Asamblea de Barcelona, además de reivindicar mejoras salariales y aumento del presupuesto para modernizar el armamento.
En agosto, los sindicatos socialista y anarquista prepararon una huelga general que debería conjugarse con el malestar existente entre la clase política y las Juntas de Defensa. En principio, parecía que la huelga tendría un carácter estrictamente sindical, con reivindicaciones salariales y de jornada laboral. Pero pronto se vio que su sentido era más que nada político. El proletariado se alineaba con los mismos propósitos de las Juntas de Defensa y la Asamblea de Parlamentarios. La huelga general, a pesar del seguimiento masivo que tuvo en Madrid, Asturias, Cataluña y el País Vasco, no dio los resultados perseguidos por los sindicalistas. Además, sin el apoyo de los políticos burgueses y con la represión del Ejército, la huelga general estuvo condenada al fracaso. Los miembros del Comité de huelga fueron detenidos y condenados en Consejo de Guerra a fortísimas penas (inicialmente a muerte, conmutada por cadena perpetua ante las protestas generalizadas); muchos dirigentes obreros provinciales y locales acabaron también en la cárcel y los muertos sobrepasaron el centenar.


En ella podemos distinguir diversos aspectos:

  • Crisis militar.
    El descontento entre los oficiales "peninsulares" ante los rápidos y, a veces inmerecidos, ascensos de los "africanistas" culminó con la creación de las Juntas de Defensa. El gabinete conservador de Eduardo Dato se plegó a la imposición de los militares y aceptó unas juntas que iban contra la disciplina militar y la subordinación del ejército al poder civil.
  • Crisis parlamentaria.
    Setenta diputados y senadores de la Lliga Regionalista, republicanos, socialistas e incluso algún miembro del partido liberal constituyeron en Barcelona una Asamblea Nacional de Parlamentarios que demandó un cambio de gobierno y la convocatoria de Cortes Constituyentes.
  • Crisis social: la huelga general de 1917
    Convocada en agosto por CNT y UGT tuvo un amplio seguimiento en las ciudades y se saldó con un centenar de muertos y miles de detenidos.

 1 Desafío militar (véase Militarismo en España).

Se crearon las Juntas de Defensa, un movimiento sindical militar no previsto en la legislación, en lo que era un claro desafío al gobierno del liberal Manuel García Prieto que, impotente para controlarlas, se vio obligado a dimitir. Su reemplazo, el conservador Eduardo Dato, optó por legalizarlas.
Las juntas (que utilizaban un nombre muy usual entre las instituciones españolas, y prestigiado por la historia en la rebelión popular de la Guerra de Independencia) decían defender los intereses de los oficiales de graduación intermedia, aunque su vocación de intervenir en política era evidente.
Uno de los temas de mayor capacidad movilizadora dentro del ejército había venido siendo su obsesión por la unidad nacional, manifestada con claridad desde la agresión al periódico satírico catalanista ¡Cu-Cut! (1905), tras la que el gobierno cedió para contentarles con la promulgación de la Ley de Jurisdicciones, que sometía a la justicia militar las ofensas orales o escritas a la unidad de la patria, la bandera y el honor del ejército. La situación social de los militares era peculiar, pues mientras sus colegas de prácticamente todo el mundo ascendían rápidamente por méritos de guerra y por la necesidad de encuadrar gigantescas masas de soldados, ellos se veían reducidos a la inacción, que ni siquiera podía compensarse con los destinos en colonias, ya que se habían perdido en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. De hecho, había una verdadera "megacefalia" (16.000 oficiales para 80.000 soldados; mientras que la movilizada Francia disponía sólo de 29.000 para medio millón).[6] Dentro del ejército español, se veían situaciones de agravio comparativo entre los únicos destinos coloniales (en Marruecos) y el resto. La inflación iba minando cada vez más el poder adquisitivo de los salarios de los militares, que a diferencia de los más flexibles contratos de los obreros, dependían de los rígidos Presupuestos Generales del Estado.
La actividad de las Juntas empezó en el primer trimestre de 1916 como consecuencia de unas pruebas de aptitud para el mando, parte de un programa de modernización impulsado por el gobierno del Conde de Romanones. Éste aceptó sus protestas en un principio, pero viendo la peligrosidad de un movimiento cuasi-sindical en el ejército, ordenó la disolución de las Juntas, sin ninguna efectividad.[7] Aún en situación ilegal, habían aumentado su tono desde finales de 1916, sobre todo en la muy activa impulsora del movimiento: la Junta de Defensa del Arma de Infantería de Barcelona, dirigida por el coronel Benito Márquez. A finales de mayo de 1917 se produjo una enérgica reacción disciplinaria por parte del nuevo gobierno dirigido entonces por García Prieto, a través del ministro de Guerra general Aguilera: el arresto en el castillo de Montjuich de varios de sus miembros (dos tenientes, tres capitanes, un comandante, un teniente coronel y un coronel -Benito Márquez, el más visible dirigente del movimiento-). No obstante, la constitución inmediata de una Junta Suplente, que recibió la solidaridad de las juntas de Artillería e Ingenieros, e incluso de la Guardia Civil, en su "respetuosa" petición de libertad para los arrestados (1 de junio), supuso un espectacular aumento de la tensión militar, el lanzamiento de un "órdago" que García Prieto no se vio con apoyos suficientes para asumir (el papel del rey dada la naturaleza del asunto y su especial vinculación con el ejército no puede obviarse). Optó por dimitir, tras lo que Alfonso XIII encarga formar gobierno a Eduardo Dato, que consideró oportuno ceder a las reivindicaciones militares, liberando a los arrestados y legalizando las Juntas. Para mantener una postura firme de control de la situación, se suspendieron las garantías constitucionales y se incrementó la censura de prensa.[8]

2 Desafío político

La burguesía catalanista estaba representada por la Lliga Regionalista, liderada por Francesc Cambó, y con una base de poder local recientemente adquirida (la Mancomunidad catalana, surgida en 1914 por agregación de las Diputaciones Provinciales y dirigida inicialmente por Prat de la Riba, muerto este mismo año de 1917). En vista de la crisis abierta, Cambó exigió al gobierno la convocatoria de Cortes, que éste no aceptó. Ante esa negativa, y la imposibilidad utilizar cauces parlamentarios ordinarios, por la no convocatoria de sesiones del Congreso, una gran parte de los diputados elegidos por circunscripciones catalanas (48, todos menos los de los partidos "dinásticos"), se reunieron en la llamada Asamblea de Parlamentarios de Barcelona a primeros de julio de 1917, que exigió la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes, de cara a una nueva organización del Estado que reconociera la autonomía de las regiones. También se exigían medidas urgentes en el terreno económico y militar. La conexión de este movimiento con el descontento económico de los oficiales de rango inferior de las Juntas de Defensa era altamente improbable, pero no podía descartarse, o al menos el intento se explicitó en una proclama de la Asamblea, que pidió que:
El acto realizado por el Ejército el primero de junio vaya seguido de una profunda renovación de la vida pública española, emprendida y realizada por elementos políticos.
A pesar de no representar una parte demasiado amplia de los diputados totales (menos del 10%), se vivía un ambiente pre-revolucionario, que cuestionaba las bases del sistema político de la Restauración: el turno de los partidos dinásticos que habían fundado Cánovas y Sagasta y el predominio claro del poder ejecutivo sobre el legislativo, con un papel arbitral del rey. La respuesta de Dato fue declarar sediciosa la Asamblea, la suspensión de periódicos y la ocupación militar de Barcelona. A mediados de julio, la Asamblea se volvió a reunir en el Salón de Juntas del Palacio del Parque de la Ciudadela, con la suma de varios diputados de otras regiones (hasta un número de 68), de partidos republicanos (Alejandro Lerroux), reformistas (Melquiades Álvarez) y el único diputado socialista (Pablo Iglesias), que ya estaba preparando el movimiento huelguístico previsto para el mes siguiente. Acordaron volver a reunirse el 16 de agosto en Oviedo, pero la disolución de la Asamblea por la fuerza pública -día 19 de julio-, y los hechos posteriores lo impidieron. La buscada participación o aproximación de Antonio Maura no se produjo.[10]

3 Desafío social (ver Huelga general de 1917)

La ciudad de Barcelona, capital económica de España,[11] era especialmente conflictiva, como se había demostrado en la Semana Trágica de 1909. La crisis social estaba enfrentando a un movimiento obrero, dividido entre socialistas y anarquistas, que utilizaban tanto métodos pacíficos (huelgas) como violentos (la acción directa de los atentados a veces indiscriminados, como el del Liceo de Barcelona en 1893) y una patronal que utilizaba todo tipo de tácticas (desde los esquiroles al pistolerismo). El movimiento obrero en otras partes de España estaba menos desarrollado, pero vio la oportunidad de aprovechar la debilidad del enfrentamiento entre burguesía industrial y gobierno: la UGT (sindicato socialista, más implantado en Madrid y País Vasco) convocó una huelga general revolucionaria (agosto de 1917), que recibió el apoyo de la CNT (sindicato anarquista, mayoritario en Cataluña). Los dos sindicatos venían aproximándose hacia una unidad, al menos en las acciones, desde la huelga de diciembre de 1916 y el llamado Pacto de Zaragoza. El acuerdo para una huelga general fue firmado en Madrid a finales de marzo de 1917 por los ugetistas Julián Besteiro y Francisco Largo Caballero, y los cenetistas Salvador Seguí y Ángel Pestaña, e incluía un extenso manifiesto:[
Con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales del sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos.
Se llegó a negociar, ante la oposición de los anarquistas, con partidos burgueses, destacadamente los republicanos de Alejandro Lerroux. Se habló de la constitución de un gobierno provisional, que hubiera tenido a la figura más moderada de Melquiades Álvarez como presidente y Pablo Iglesias de ministro de trabajo.
La difusión de la convocatoria de huelga incluyó alguna ambigüedad, pues si en un principio se hablaba de una huelga "revolucionaria", en comunicaciones posteriores se insistía en su carácter "pacífico". Sobre todo desde la UGT se intentó conscientemente evitar las huelgas parciales, sectoriales y locales. No obstante, el tiempo prolongado para la preparación de la huelga operó en su contra. Las detenciones de los firmantes del manifiesto, el cierre de la Casa del Pueblo (lugar de reuniones de los socialistas) y distintas maniobras del gobierno hicieron que hubiera una dispersión de esfuerzos, singularmente la huelga del sindicato ferroviario de UGT de Valencia -9 de agosto- en protesta por las detenciones, pero con motivos laborales internos, que precipitó la suma de las demás secciones del sindicato por todo el país entre el 10 y el 13 de agosto.[13]
Aun así, al comenzar la huelga se consiguió paralizar las actividades en casi todas las grandes zonas industriales (Vizcaya y Barcelona, incluso algunas menores como Yecla y Villena), urbanas (Madrid, Valencia, Zaragoza, La Coruña), y mineras (Río Tinto, Jaén, Asturias y León); pero sólo durante unos pocos días, a lo sumo una semana. En las ciudades pequeñas y las zonas rurales no tuvo apenas repercusión. Las comunicaciones ferroviarias, un sector clave, no se vieron alteradas por mucho tiempo.[14]

  Desafio regionalista. El republicanismo

El regionalismo conservador, el republicanismo lerrouxista y el sindicalismo de la CNT no agotaban la pluralidad de las expresiones políticas de una Cataluña diversa, con profundos conflictos internos que separaban a monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, dirigentes patronales y sindicalistas, regionalistas y federales. La opinión pública y los movimientos políticos en Cataluña seguían un camino paralelo al del proceso de cambio y modernización que estaba produciéndose en el conjunto de España, tras el Desastre del 98. De esa realidad nacional nadie deseaba excluirse y la única propuesta de separatismo habría de esperar a la fundación, por Francesc Macià en 1919, de la Federación Democrática Nacionalista, cuyos resultados electorales, ese mismo año, fueron ridículos, en comparación con los obtenidos por la Lliga y las diversas opciones republicanas. 

 Hoy el independentismo se empeña en destacar a los fundadores del regionalismo conservador como referentes del catalanismo. Sin embargo, el republicanismo federal era una cultura política con mayor arraigo popular y antigüedad que la que podía ofrecer el proyecto de Prat de la Riba y Cambó. Del federalismo nacieron los primeros esfuerzos por impulsar, más allá de los aspectos artísticos y literarios, una ciudadanía catalana, empeñada en la renovación de España, la conquista de la autonomía y una democracia avanzada.

implicación a fondo en la regeneración española trató de realizarse también a través del Partido Reformista, que creó su sección catalana poco después de su fundación, en 1912. Aunque las huestes de Melquíades Álvarez tendrían poco éxito en Cataluña, de ellas saldrían algunos personajes centrales en el futuro del catalanismo, en especial el joven abogado Lluís Companys, que asumía por entonces las moderadas propuestas del político asturiano.


Durante la crisis española de las postrimerías de la Guerra Mundial, el republicanismo federal mantuvo su compromiso con la modernización de España, aderezado con un resuelto apoyo a las actividades del movimiento sindical, que tanto atemorizaban al regionalismo conservador de la Lliga, dispuesto a pactar con los partidos dinásticos para limitar la participación de los trabajadores en la política y evitar cualquier concesión que pudiera hacerse a sus aspiraciones laborales. Hasta su muerte en noviembre de 1920, a manos de los pistoleros de la patronal protegidos por Martínez Anido, Francesc Layret encarnó el espíritu español y catalán de este republicanismo federal. 

El regionalismo conservador no lo tuvo tan claro. Como habría de señalarlo Jesús Pabón en su insuperable biografía de Cambó, en el momento en que el líder regionalista hubo de escoger entre el autonomismo y la revolución, no lo dudó: cogió el fusil reaccionario del somatén. La huelga de la Canadiense en 1919 y la crispación de la lucha social en Cataluña llevaron a unos al sacrificio de su vida, como Layret, y a otros al aplauso al golpe de Primo de Rivera, que es lo que hicieron los dirigentes de la Lliga, ensalzados hoy como heroicos antecedentes del secesionismo. No quedó en ese terreno elocuente y trágico la diferencia entre ambas posiciones. El republicanismo federal firmó, en agosto de 1930, el Pacto de San Sebastián, que programó la caída de la Monarquía, asegurándose una autonomía que excluía, por definición, la independencia. Cambó, por el contrario, trató de salvar la Corona haciendo que la Lliga participara en un último esfuerzo de renovación del constitucionalismo alfonsino.

Conclusión

Se temía que el triple desafío al gobierno (militar, catalanista y proletario) desembocara en una revolución similar a la rusa; pero lo que ocurrió es que el ejército no dudó en ponerse a las órdenes del gobierno para reprimir la huelga, en lo que empleó tres días, a excepción de algunas zonas como las cuencas mineras asturianas, en las cuales el conflicto duró cerca de un mes. El propio coronel Márquez se destacó en la represión de la revuelta en Sabadell. La intervención del ejército además de muy violenta con los huelguistas, llegó hasta extremos poco respetuosos con las instituciones, como fue la violación de la inmunidad parlamentaria de un diputado republicano, detenido por el Capitán General de Cataluña.[15]
Mientras tanto, la Lliga, temerosa de la agitación social, aceptó apoyar a un gobierno de concentración nacional, promovido activamente por el rey, presidido de nuevo por el liberal García Prieto y que incluía a Cambó, con el compromiso de celebrar elecciones al año siguiente (febrero de 1918), cuyo resultado fue incierto, sin mayoría absoluta de ninguno de los partidos. Esta situación era inédita, puesto que lo usual era que los gobiernos -monocolores-, que llegaban al poder no por ganar las elecciones, sino al ser llamados por el rey, prepararan convenientemente las elecciones (mediante el conveniente encasillado de candidatos, cuya elección estaba garantizada por el caciquismo y el pucherazo o fraude descarado en caso necesario) y obtuvieran un parlamento fácil de controlar. En este caso, la composición multipartidista lo impidió, lo que obligó a un nuevo gobierno de concentración, esta vez presidido por Maura. Lo mismo ocurrió en las siguientes elecciones, de junio de 1919. La recuperación del tradicional turnismo no ocurrió hasta las elecciones de diciembre de 1920, organizadas en solitario por Dato.
Durante agosto de 1917, los miembros del comité de huelga, entre los que destacaban los futuros líderes socialistas Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro (Pablo Iglesias estaba en sus últimos años de vida) fueron detenidos, juzgados y encarcelados con una condena a cadena perpetua, aunque eso no impidió que en las elecciones de febrero de 1918 todos fueran elegidos diputados. El escándalo de mantener presos a diputados inviolables condujo a su excarcelación tras una amplia campaña que contó con el apoyo de intelectuales como Manuel García Morente, Gumersindo de Azcárate o Gabriel Alomar. Indalecio Prieto había huido a Francia y pudo regresar a tomar posesión de su acta de diputado (abril de 1918). Otros presos del comité de huelga fueron Daniel Anguiano y Andrés Saborit. El republicano Marcelino Domingo fue indultado en noviembre. El resultado en cifras de la represión fue en total 71 muertos 156 heridos y unos dos mil detenidos
Salieron reforzados tanto el papel del rey como el del ejército en la vida pública, y la estrecha relación existente entre ambas instituciones. Aumentó la desafección de amplias capas de la población (intelectuales, clase obrera, clases medias) frente al sistema político, que desde finales del XIX venía recibiendo las críticas regeneracionistas, como las de Joaquín Costa, que pedían un cirujano de hierro. Esta figura o recurso retórico, de identificación controvertida, finalmente, a la siguiente crisis de gravedad (el desastre de Annual), sería encarnada por la institución que se demostró más poderosa: el ejército, concretada en la persona del capitán general de Barcelona: Miguel Primo de Rivera, que, estimulado por la burguesía catalana y ante la aquiescencia del rey, asumiría todo el poder en una Dictadura (1923).

La I Guerra Mundial dividió al país entre aliadófilos (liberales e izquierdas) y germanófilos (derechas conservadoras), pero trajo un periodo de prosperidad económica. España, neutral, pudo convertirse en abastecedora de muchos productos para los países contendientes.
El fin de la I Guerra Mundial trajo una profunda crisis económica y social que inmediatamente desencadenó una gran conflictividad social en Barcelona (1919-1921)
Las huelgas y protestas alentadas por los anarquistas se encontraron con una dura represión del nuevo gobierno de Maura, que contaba con el pleno apoyo de la burguesía catalana. Para contrarrestar la "acción directa" de los anarquistas, el sector más duro de la patronal creó el denominado Sindicato Libre, grupo de pistoleros que actuó con el apoyo policial. La aplicación de la "Ley de Fugas", pura y simple ejecución sin juicio de los detenidos exacerbó aún más el conflicto.
La respuesta anarquista llegó en 1921 con el asesinato de Eduardo Dato, presidente del gobierno. Dos años después, el líder anarquista Salvador Seguí murió asesinado.

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